Un día decidí escribir un no sé qué, un no sé cuándo ni adonde, ni por qué para que nadie entendiera lo que en realidad sucedía en mi interior. Y eso luego devino en yo sé cómo, yo sé cuándo, yo sé dónde y por qué, pero tampoco supieron desentrañar la verdad.Por eso, publicaré algunos de mis cuentos, relatos y poemas.Y tambien textos de autores que dejaron su impronta... Quizás así puedan entender...

lunes, 26 de julio de 2010

de UN MUNDO FELIZ de Aldous Huxley

(Imagen tomada de la web)


Un mundo feliz es para mí, casi una premonición. Encontramos en sus líneas muchas de las realidades que vivimos y otras de las que ya se está hablando en el mundo de la ciencia.. Escrita en 1932 nos habla de bebés de probeta programados para distintas funciones, drogas para ser felices, máquinas que hacen ejercicio por nosotros y una sociedad embotada, sin ideas ni destino.

Dejo un fragmento que me impactó y al que no he podido olvidar pese a los años que pasaron desde que lo leí. Sé que es un poco extenso pero creo que, luego de leerlo, compartirán conmigo la desazon e inquietud que provoca.
Y, si les interesa el libro, aquí les dejo el link para bajarlo: Un mundo Feliz


---"Guardería infantil. Sala de Condicionamiento Neo-Pavloviano, anunciaba el rótulo de la entrada.
El director abrió una puerta. Entraron en una enorme habitación vacía, muy brillante y soleada, porque toda la pared que daba al Sur era un cristal de arriba a abajo. Media docena de enfermeras, con pantalones y saco de uniforme de viscosa blanca, los cabellos asépticamente ocultos bajo cofias blancas, estaban ocupadas colocando jarrones con rosas en una larga hilera en el suelo. Grandes jarrones llenos de flores. Miles de pétalos, suaves y sedosos como las mejillas de innumerables querubines, literalmente, bajo aquella luz brillante, no sólo arios y rosados, sino también luminosamente chinos y también mejicanos y hasta apopléticos a fuerza de soplar en celestiales trompetas, o pálidos como la muerte, pálidos con la blancura póstuma del mármol.
Cuando el D.I.C. entró, las enfermeras se cuadraron rígidamente.
-Pongan los libros -ordenó el director.
En silencio, las enfermeras obedecieron la orden. Entre los jarrones de rosas, los libros fueron debidamente dispuestos: una hilera de libros infantiles se abrieron invitadoramente mostrando alguna imagen alegremente coloreada de animales, peces o pájaros.
-Y ahora traigan a los niños.
Las enfermeras se apuraron a salir de la sala y volvieron en uno o dos minutos; cada una de ellas empujaba una especie de carrito de té muy alto, con cuatro estantes de tela metálica, en cada uno de los cuales había una criatura de ocho meses. Todos eran exactamente iguales (evidentemente un grupo Bokanovsky) y todos estaban vestidos de color caqui, porque pertenecían a la casta Delta.
-Pónganlos en el suelo.
Los carritos fueron descargados.
-Y ahora pónganlos para que puedan ver las flores y los libros.
Los bebitos inmediatamente se quedaron callados, y empezaron a arrastrarse hacia aquellas masas de colores vivos, aquellas formas alegres y brillantes que aparecían en las páginas blancas. Cuando ya se acercaban, el sol palideció un momento, eclipsándose tras una nube. Las rosas llamearon, como a impulsos de una pasión interior; un nuevo y profundo significado pareció brotar de las brillantes páginas de los libros. De las filas de niños que gateaban llegaron pequeños chillidos de excitación, gorjeos y ronroneos de placer.
El director se restregó las manos.
-¡Genial! -exclamó-. Ni que lo hubiera hecho a propósito.
Los más rápidos ya habían alcanzado la meta. Sus manitos se tendían, inseguras, palpaban, agarraban, deshojaban las rosas transfiguradas, arrugaban las páginas iluminadas de los libros. El director esperó verlos a todos alegremente ocupados. Entonces dijo:
-Fíjense bien.
La enfermera jefe, que estaba parada junto a un cuadro de mandos, al otro lado de la sala, bajó una pequeña palanca. Se produjo una violenta explosión. Cada vez más aguda, empezó a sonar una sirena. Se dispararon timbres de alarma, locamente.
Los niñitos se sobresaltaron y empezaron a chillar; sus rostros aparecían convulsos de terror.
-Y ahora -gritó el director (porque el estruendo era ensordecedor)-, ahora pasamos a reforzar la lección con un pequeño shock eléctrico.
Volvió a hacer una señal con la mano, y la enfermera jefe pulsó otra palanca. Los chillidos de los pequeños cambiaron súbitamente de tono. Había algo desesperado, algo casi demencial, en los gritos agudos, espasmódicos, que brotaban de sus labios. Sus cuerpitos se retorcían y cobraban rigidez; sus miembros se agitaban bruscamente, como obedeciendo a los tirones de alambres invisibles.
-Podemos electrificar toda esta zona del suelo -gritó el director, como explicación-. Pero ya es suficiente.
E hizo otra señal a la enfermera.
Las explosiones terminaron, los timbres enmudecieron, y el chillido de la sirena fue bajando de tono hasta reducirse al silencio. Los cuerpitos rígidos y retorcidos se relajaron, y lo que había sido el lloriqueo y el aullido de unos niños desatinados volvió a convertirse en el llanto normal del terror ordinario.
-Vuelvan a ofrecerles las flores y los libros.
Las enfermeras obedecieron; pero ante la proximidad de las rosas, a la sola vista de las alegres y coloreadas imágenes de los gatitos, los gallos y las ovejas, los chicos se alejaron con terror, y el volumen de su llanto aumentó súbitamente.
-Observen -dijo el director, en tono triunfal-. Observen.
Los libros y ruidos fuertes, las flores y las descargas eléctricas; en la mente de los niños ambas cosas estaban ya fuertemente relacionadas entre sí; y al cabo de doscientas repeticiones de la misma o parecida lección formarían ya una unión indisoluble. Lo que el hombre ha unido, la Naturaleza no puede separarlo.
-Crecerán con lo que los psicólogos solían llamar un odio instintivo hacia los libros y las flores. Reflejos condicionados definitivamente. Estarán a salvo de los libros y de la botánica para toda su vida. -El director se dio vuelta hacia las enfermeras-. Llévenselos.
Todavía llorando, los niños vestidos de verde fueron cargados de nuevo en los carritos y sacados de la sala, dejando tras de sí un olor a leche agria y un agradable silencio.
Uno de los estudiantes levantó la mano; aunque se daba cuenta perfectamente que no podía permitirse que los miembros de una casta baja perdieran el tiempo de la comunidad en lectura, y que siempre existía el riesgo de que leyeran algo que pudiera, por desgracia, destruir uno de sus reflejos condicionados, sin embargo... bueno, no podía entender lo de las flores. ¿Por qué molestarse en hacer psicológicamente imposible para los Deltas el amor a las flores?
Pacientemente, el D.I.C. se explicó. Si se inducía a los niños a chillar cuando veían una rosa, eso obedecía a una alta política económica. No hacía mucho tiempo (más o menos un siglo), los Gammas, los Deltas y hasta los Epsilones habían sido condicionados para que les gustaran las flores; las flores en particular, y la naturaleza salvaje en general. El propósito, en ese momento, consistía en inducirlos a salir al campo en todo momento, con el fin de que consumieran transporte.
-¿Y no consumían transporte? -preguntó el estudiante.
-Mucho -contestó el D.I.C-. Pero sólo transporte.
Las prímulas y los paisajes, explicó, tienen un grave defecto: son gratuitos. El amor a la Naturaleza no da trabajo a las fábricas. Se decidió abolir el amor a la Naturaleza, al menos entre las castas más bajas; abolir el amor a la Naturaleza, pero no la tendencia a consumir transporte. Porque, por supuesto, era fundamental que siguieran queriendo ir al campo, aunque lo odiaran. El problema residía en encontrar una razón económica más poderosa para consumir transporte que la mera inclinación a las prímulas y los paisajes. Y lo encontraron.
-Condicionamos a las masas para que odien el campo -concluyó el director-. Pero a la vez las condicionamos para que adoren los deportes campestres. Al mismo tiempo, cuidamos para que todos los deportes al aire libre impliquen el uso de complicados aparatos. Así, además de transporte, consumen artículos manufacturados. De ahí las descargas eléctricas.
-Entiendo -dijo el estudiante.
Y lleno de admiración, se quedó en silencio."...
-x-
"Un mundo feliz", escrito en 1932, describe una democracia que es, al mismo tiempo, una dictadura perfecta; una cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían con evadirse. Un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre.
En ese mundo, todos los niños son concebidos en probetas y están genéticamente condicionados para pertenecer a una de las 5 categorías de población. De la más inteligente a la más estúpida: los Alpha (la elite), los Betas (los ejecutantes), los Gammas (los empleados subalternos), los Deltas y los Epsilones (destinados a trabajos arduos).
Los descontentos con el sistema (los menos) son apartados de la sociedad ideal y confinados en colonias especiales donde se rodean de otras personas con similares "desviaciones", alcanzando también la felicidad.
Uno de los aspectos más relevantes de la historia es que los ciudadanos de ese mundo ideal dependen casi servilmente de una droga sintética, el Soma, para garantizar su felicidad. (de la web)

 
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